martes, 4 de diciembre de 2018

Reencuentros



Reencuentro

Diciembre 2018

Hace paracticamente un año salimos de viaje y abandonamos a nuestros lectores.
Todo abandono se paga y nuestro caso no va a ser especial. Muchos de nuestros  lectores habrán tomado nuevos caminos y no seremos nosotros quien se lo reprochemos. Sin embargo, por recuperar en alguna manera viejas amistades vamos a intentar recuperar aquel ritmo que tareas más absorbentes, como luego contaremos, nos obligaron a abandonar por el momento.

Pero ...
¿qué hemos hecho en este ínterin?

En Julio de 2017 editamos en Portugal con Sinapis Editores
en edición bilingüe Portugués-Castellano
un conjunto de historias de carácter cuasipolicial
bajo el doble título de  

"Um pescador de polvos e outros casos.  Un pescador de pulpos y otros casos"






En Julio de 2018 a pesar de estar absortos en una novela de más recorrido 
 editamos en en nuestra colección         
Una buena chica"


Y para justificar nuestra ausencia anunciamos que
                                    en este mes de diciembre de 2018 aparecerá                                       
 "La corbata colombiana"
una larga novela de crimen y misterio de la que
 no anticipamos nungún detalle
salvo su cubierta completa.

 

 







domingo, 12 de febrero de 2017

Pagina principal

 
Bienvenido, nuevo año 2017

Después de unas semanas de ausencia, retornamos al blog 
con el entusiasmo y la dedicación de siempre
Recogeremos en  esta página principal las últimas entradas,
 que a medida que sean desplazadas por otras nuevas, pasarán
 a su página correspondiente.
A estas páginas independientes puede accederse
por medio de las pestañas de la cabecera.

12.02.2017
De jardines ajenos
Lucía Berlin
Have unas fechas comentábamos en estas líneas el
 interesante conjunto de historias de esta autora
recogido en
Manual para mujeres de la limpieza.
Este excelente artículo de
Emma Rodriguez
acabará por animar al lector
a su lectura.
https://lecturassumergidas.com/2016/10/30/asi-es-lucia-berlin-intensa-y-verdadera/




11.02.2017
De jardines ajenos
El juego de los premios literarios
Babelia, el suplemento cultural de El País trae hoy
entre otros temas, un artículos sobre este
controvertido tema.
¿Han servido de estímulo a la creración literaria?
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/09/babelia/1486641596_367861.html

 

10.02.2017
De jardines ajenos
La alegría de leer a Victoria Ocampo
Las calidad literaria de las hermanas Ocampo, Victoria y Silvina, 
pasó injustamente eclipsada por el fulgor de Borges y Bioy Casares.
Con todo, los cuentos, para mí sobre todo los de Silvina,
condenan a cualquiera a convertirse en un incondicional de su lectura.
Un excelente artículo más de Emma Rodriguez. 
 https://lecturassumergidas.com/2016/07/31/la-alegria-de-leer-a-victoria-ocampo/



09.02.2017
 Más historias
Un paraguas lleno de estrellas
© Silvino Orofino
Del libro
"El hombre que se parecía a Leónidas y otras historias negras."
de próxima aparición 

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    El sargento que Bringas temió por un momento perder la iniciativa que es siempre atributo de la autoridad y se creyó en el deber de intervenir.
      —Bueno. Si damos como bueno de que alguien no identificado, se esconde en el pueblo, esto sí que podría considerarse una cuestión de orden público, porque nadie se esconde sin una buena razón.
    El cambio de postura del sargento Bringas animó a los contertulios. Se había recobrado la tradicional unanimidad y volvían a ser el grupo atento y vigilante que velaba por la paz en el pueblo.
      —Podría ser razonable —comentó despacio el alcalde— convocar a la gente en la plaza. 
    Sus dos contertulios no pudieron evitar una mueca de estupor. Habían llegado penosamente a la conclusión de que existía un sospechoso, quizás un forastero, agazapado en el pueblo pero convocar a la gente parecía una medida  excesiva.
      —No se trata de que cunda el pánico señor alcalde, este es un tema a resolver por nosotros mismos. —objetó el sargento.
      —Quizás no sea mala medida. La gente ha de estar avisada, pero con discreción. El desconocido puede ser un sátiro, un depravado que persiga la virtud de las mujeres… —insinuó  don Crismón.
    Don Floriano, se envalentonó con el inesperado apoyo del clérigo.
      —Podríamos convocar a todos los hombres casados sin explicar el motivo, pero advirtiendo en el bando, que todo el mundo ha de traer su paraguas.
      —….y si alguien llega sin paraguas, —concluyó don Crismón— tendrá mucho que explicar.
    La mañana del sábado, la plaza  se llenó de blusas y boinas. Todos los presentes, llevaban colgados del antebrazo paraguas negros como las alas de los cuervos,  los paraguas de la familia, algunos trasmitidos de generación en generación desde la invención del artefacto. Una vez despachados los críos mirones, don Floriano, explicó a todos los presentes la sospecha de que un extraño, con intenciones seguramente aviesas, estaba agazapado en algún lugar del pueblo. Máxima discreción pero ojo avizor, recomendó.
    Nada se extiende tanto como un rumor. Antes del miércoles, había corrido ya por el pueblo que un desconocido había seguido durante un rato a Fortunata, una soltera algo entrada en años que vivía con su abuela en la calle Sarmentera. El jueves, viajó la voz, como fuego sobre pólvora encendida, de que también había sido acechada la casa de Jacinta, mujer de moral propia sobre la que circulaban en el pueblo toda clase de infundios y maledicencias.  Para el viernes todas las mujeres aseguraron haber visto algún desconocido a su zaga, escondiéndose tras las columnas de los soportales. El domingo, las mujeres madrugaron y se acercaron a pasitos cortos acompañadas de sus hombres, embozados y ceñudos, hasta la misma puerta de la iglesia. Tras los oficios divinos, todas, solteras o casadas quedaron encerradas  bajo tres cerrojos en sus casas y los maridos patrullaron disimuladamente mientras los niños se extrañaban de no descubrir falda alguna por las calles en un día en que el paseo parecía obligado.
     La semana  comenzó sombría, las tareas del campo se retrasaron, en parte por la amenaza de lluvia, en parte porque todos los hombres, padres, hermanos, novios o esposos, estaban de lleno dedicados a proteger a sus mujeres respectivas. Las vigilaban celosamente, y las acompañaban a las compras más urgentes, a las visitas impostergables o a los más nimios quehaceres, fuera de los estrictos muros de sus casas.
   Mientras tanto el alcalde visitaba obstinadamente la oficina de correos, pretextando una carta que se resistía a llegar o alguna otra fruslería. Comprobaba así,  crecientemente consternado pero con disimulo, que el paraguas azul lleno de estrellas seguía allí, aburrido y olvidado, en el paragüero de zinc.
      El martes, el cielo amaneció capotado. El gallego había dejado de soplar y otro viento menos bronco, el ábrego, traía ecos de lluvia aún lejana.  A las  once en punto de la mañana justamente a la hora en que Angelino cerraba la oficina y salía a tomar su café de media mañana en el bar del señor Prudencio, el cielo se entenebreció bruscamente. Las alcantarillas soltaron su hedor presagiando la tormenta.
    Cuando Angelino se acercó a la puerta estalló la tempestad. Primero fueron unas ráfagas de aire helado, impropio de aquellas alturas del año, luego una brisa suave, breve y engañosa y por fin, precedido de una sonora tronada, un vendaval de agua y granizo con una saña que solo las fuerzas del infierno podrían conjurar.  
    Angelino dudo un instante. De naturaleza previsora, solo a un desconfiado sin remedio podría habérsele ocurrido aquella mañana radiante haber cogido el paraguas al salir de casa. Paralizado en la misma puerta, sintió el agujón en el estómago que anunciaba el retraso del café habitual. Pero cruzar solamente la calle hubiera sido empaparse hasta los huesos y exponerse a una pulmonía, que no era en Agosto cosa tampoco desconocida. Miró inquieto al interior de la oficina y en la penumbra descubrió, solitario y olvidado, el paraguas con su cúpula estrellada triste y recogida. Estaba meridianamente claro, que su cargo de administrador de la oficina de correos del pueblo no le confería ningún derecho sobre los objetos perdidos, pero las excepciones razonadas no tenían por qué estar en el reglamento. Y cómo resolverlas era seguramente discrecional.
    Tomó el paraguas estrellado y lo abrió en la misma puerta para conjurar los malos vientos que trae indefectible abrirlo en un lugar cerrado. El inmenso paraguas se abrió bajo la lluvia y el desagüe de las canaleras incapaces de contener la tromba de agua. Angelino lo pensó un instante más y se lanzó con decisión, protegido así, al centro de la plaza. La calle de la Ermita era una torrentera desaguando a su derecha y Angelino, pronto se vio obligado a caminar encogido y a saltos sobre el empedrado para evitar los charcos más profundos. De pronto, cuando Angelino había llegado al centro de la plaza, unas sombras negras, embozadas bajo largas capas de lana oscura, con los boinas caladas hasta las orejas y protegidas bajo grandes y torvos paraguas negros, surgieron de los soportales y convergieron sobre él.  Angelino se detuvo paralizado, justo  donde el desagüe cegado del centro de la plaza había formado un inmenso charco.  Los embozados cerraron sus paraguas negros y desafiando al aguacero se aplicaron a apalear con ellos al portador del paraguas estrellado, como si en ello les fuera la salvación eterna. Angelino trastabillaba bajo los golpes intentando defenderse pero los garrotazos arreciaban. Gritaba, pero la lluvia apagaba sus voces. Cuando las conteras de algunos paraguas negros se hundieron en sus costillas traseras, Angelino soltó el paraguas y trató inútilmente de cubrirse con las manos. El paraguas huyó calle abajo arrastrado por la cellisca hacia el río, indiferente a la suerte de Angelino que comenzaba a sangrar por labios tumefactos y cejas partidas.
    Los otelos vengadores se fueron alejando satisfechos y apresurados a sus cobijos, mientras del oído del muerto salía un hilillo rojo que tras teñir un poco los charcos arrastraba hojas de acacia hasta el sumidero de la alcantarilla.
    El aguacero pareció remitir un poco amedrentado seguramente por la furia humana y don Crismón, desde la porticada de la iglesia, contempló el bulto deforme del caído en el centro de la plaza.
      —Ha sido una lástima no haber podido darle la absolución por lo inclemente del tiempo. Que Dios le perdone sus fechorías.
      A su lado, Vitorino, el chico del pastor, miraba al cadáver sobre el que la lluvia volvía a arreciar.
      ¿Sabe una cosa  don Crismón? Que sigo pensando que es Angelino, el chico de correos.
     El cura miró sorprendido al gañán.
      —¿Seguro?
      —“Pa mí”, que sí. —insistió Vitorino.
      —Nunca lo hubiese creído de Angelino.
      —Pero si… —intentó decir el gañán.
     Don Crismón dedicó una mirada indiferente, al cadáver que se empapaba en el centro de la plaza. Luego miró al chico con severidad.
      —¡Qué se lo digo yo, que le conocía bien!  —repitió  Vitorino, el chico del pastor..
     Don Crismón se revolvió, molesto por el desparpajo del zagal. Lo miró iracundo, agarró su oreja como quien agarra un escorpión, y tiró sin piedad de ella, con los ojos centelleando ira.
      —No seas ignorante, chico. Si no era un bandido, si era trigo limpio, ¿por qué se refugió debajo de un paraguas estrellado?  Los caminos de la justicia divina son inescrutables.  —sentenció.
    Y luego, retomando su talante increpó al gañán.
      —Anda chaval, respeta a los mayores, no lleves la contraria a quien sabe más que tú. Y vete a casa.





08.02.2017
Archivo radiofónico
El día 15 de Abril de 201
el programa "Apuntes" de Radio.es Soria
de Javier Nicolás y Carlos Robredo 
que pueden ustedes escuchar hoy
versó sobre
 La semana santa
 



07.02.2017
Yorokobu
Subrayar libros, un sacrilegio necesario 
 ¿Quien no ha caido en la tentación de anotar, marcar o subrayar
sus mejores lecturas?


06.02.2017
De jardines ajenos
"Vivimos un tiempo de vencimiento"
Interesante artículo de Emma Rodriguez sobre Luis Mateo Díez.

https://lecturassumergidas.com/2014/10/27/luis-mateo-diez-vivimos-en-un-tiempo-de-vencimiento/
 




05.02.2017
De jardines ajenos
Elogio de la lectura
Aunque un poco antiguo, vale la pena releer este artículo de 
Yaida Saiz 
aparecido en La Vanguardia.

http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20120613/54312096470/los-beneficios-de-la-lectura.html
 


04.02.2017
Sala de lectura
Hoy hubiera preferido no encontrarme a mi misma
Herta Müller


 Una historia para leer de un tirón a pesar de su dureza, de su realismo descarnado y la profunda tristeza que la autora logra contagiar  tras las frustradas ansias de libertad de la protagonista

    Ambientada en la Rumanía de Ceaucescu,  una joven narra en primera persona su peripecia personal como vigilada y reiteradamente llamada a declarar por el crimen de tratar salir del país. Para ello ha cosido notas de auxilio en la ropa que confecciona para vender en Italia la fabrica en que trabaja.

   Una historia emocionante con una recreación del ambiente difícil de emular. Una historia fuerte que secuestra la atención del lector desde el primer momento.







03.02.2017
 Más historias
Un paraguas lleno de estrellas

© Silvino Orofino

Del libro
"El hombre que se parecía a Leónidas y otras historias negras."
de próxima aparición 

- 1 de 2 -

Nada parecía poder inquietar la placidez de la vida de los habitantes de Trescampanas.  Una balsa de aceite celestial, hasta aquel infausto martes de principio de primavera, en que el empleado de la oficina de correos descubrió el fatídico paraguas.
     Parecía un paraguas convencional. Un mango de madera oscura, sin adornos ni repujados y bolitas latonadas en los extremos de las varillas, con que se mantenía tersa la tela una vez abierto.
    Pero cuando Angelino, el funcionario, lo abrió dentro de la oficina de correos contraviniendo la secular recomendación que lo desaconseja, descubrió que sobre la tela azul, sobre él, se abría un cúmulo de estrellas amarillas. El detalle de las estrellas era desconcertante. Todos los paraguas del pueblo eran paraguas serios, de tela negra con líneas de óxido cobrizo en las zonas bajo las que discurrían las varillas interiores. Un paraguas azul pálido, lleno de estrellas amarillos era algo que jamás se había visto en Trescampanas.
    Angelino, el funcionario, tras el descubrimiento del paraguas, preguntó por rutina a los primeros  clientes que entraron en la oficina de correos. El resultado fue invariablemente negativo. Nadie de los consultados había olvidado allí aquel paraguas estrellado que descansaba aburrido en el paragüero. Y Angelino, un chico tímido y diligente, volvía resignado, tras cada consulta, a las  delicadas  tareas  de atar los paquetitos postales con bramante y aplicar luego lacre rojo en los nudos.
    Más adelante, dos días más tarde, entre lazada y sello de lacre, Angelino meditó, muy en serio, dar parte y razón oficial del hallazgo. Parecía algo intrascendente, pero su instinto le decía, que para la paz de Trescampanas,  aquello no dejaba de ser un pequeño acontecimiento.
      —Parece ser que en la oficina de correos, —informó el alguacilillo a don Floriano el alcalde, que mataba el tiempo en el Círculo Agrícola y Ganadero—, acaba de aparecer por arte de magia un paraguas lleno de estrellas.
    El alcalde, poco amigo de bromas, suspendió la fingida lectura del Boletín Oficial de la Provincia, frunció el entrecejo y miró de soslayo al corchete. Luego plegó el boletín y miró al artesonado del techo con aire aburrido.
     —¡Hum! Muy extraño. Muy extraño... —dijo al rato.
     El alguacil esperó instrucciones vanamente, en una posición de firmes escasamente marcial hasta para un casino rural, mientras don Floriano parecía meditar.
     —Lo comentaré con el sargento Bringas. No parece serio pero es algo raro y las cosas raras me gustan poco. Pero por el momento, —advirtió— ni una palabra a nadie.  Un paraguas olvidado…
    El sargento Bringas se puso de un humor de perros.  No era nada que afectase a las tareas básicas de la Benemérita, una institución seria que funcionaba como una pequeña máquina bien engrasada. ¡Un paraguas…!
      —Algún día me van ustedes a informar de que la cigüeña ha tenido cigüeños. Ya le he dicho muchas veces, amigo Floriano, que lo que no afecte al orden público me trae sin cuidado.
      —Por lo pronto, tenemos un objeto que, según las leyes de la física, no ha podido llegar a la oficina de correos por sus propios medios.
      —Una observación muy aguda, amigo, que sin embargo no cambia las cosas. Por lo menos en lo que respecta al orden público.
    La socarronería del sargento Bringas era poca cosa para desanimar a don Floriano que al frente del Partido Unico del pueblo había hecho del tesón su mejor virtud.
      —Pues yo insisto que ese paraguas abandonado significa que tenemos alguien, seguramente  forastero, deambulando por el pueblo. —porfió el alcalde.
      —¡Cá hombre!  Eso si que es impensable.
      —Un forastero, que además no permite ser visto.
   El razonamiento de don Floriano no carecía de lógica y sargento Bringas meditó un instante. Si había un desconocido en el pueblo, que además evitaba ser visto, la cosa sí que podría atañer al orden público. Pero una cosa era pensarlo y otra muy diferente aceptarlo.
      —De acuerdo. Alguien está o ha pasado por el pueblo y ha olvidado un paraguas. No sabemos quién es pero eso no supone ningún riesgo para el orden público.
      —Podría ser un ladrón. —aventuró el alcalde.
    Y don Crismón, el párroco, que parecía dormitar, se estremeció un poco porque apropiarse de lo ajeno es una práctica que se opone frontalmente a los mandamientos defendidos desde el púlpito.
      —¡Quite allá don Floriano! si tenemos en cuenta que en este pueblo somos todos tan pobres como las ratas, el móvil del robo queda descartado. —bromeó el sargento.
     Don Crismón no era de esa opinión. Raramente discrepaban los tres hombres de cosa que no fueran   lances de naipes, pero esta vez, los tres parecían haber tomado caminos distintos. Alcalde y sargento se enzarzaron en una discusión interminable y bizantina sobre el propietario olvidadizo mientras él se entregaba a sesudas cavilaciones. De pronto rompió bruscamente sus  meditaciones.
      —¡Santo Dios! –exclamó.
    Los dos laicos se sobresaltaron, dada la unción con que el cura honraba siempre el nombre del Señor.
      —No había caído en ello. ¡Lunas y estrellas!, —advirtió excitado el clérigo—. Son símbolos cabalísticos que rozan lo diabólico.  Siempre convocan a íncubos, súcubos y brujas.
      —Brujas y demonios aparte, —interrumpió don Floriano—, ¿qué hace en este pueblo un forastero?  Y lo que es más serio, ¿dónde está el forastero? Y lo más preocupante, ¿por qué no ha aparecido en busca de su paraguas? La conclusión es clara : tenemos un forastero escondido en el pueblo.


(continuará)



  02.02.2017
 De jardines ajenos
Elle
La conocida revista femenina nos envia
una recomendación literaria para 2017
Las escritoras que no hay que perder de vista en 2017

 


02.02.2017
Archivo radiofónico
Hoy publicamos la correspondiente al día 8 de Abril de 201
del programa "Apuntes" de Radio.es Soria
de Javier Nicolás y Carlos Robredo Dada la proximidad de la Semana Santa 
en la fecha en que fue emitidO
su tema y título fué
La muerte




01.02.2017
Sala de lectura
Lost in translation
Ella Frances Sanders

Divertido libro, que no está dedicado, como sospecha uno por el título, a las fechorias de los traductores, sino a aquellas palabras que, por lo visto, existen en todos los idiomas y cuyo significado no tiene reflejo traducible con una sola palabra.
Las hay tiernas como "cafuné" que en portugués significa acariciar con ternura el pelo de la persona amada. Semitécnicas como "garufa" que es nada menos que la cantidad de agua que cabe en una mano. Románticas como "boketo" que equivale en japonés a fijar la mirada en el infinito sin pensar en nada concreto.
 Sin embargo el más curioso para este lector ha sido "tsundoku" que significa nada menos comprar un libro, no leerlo y apilarlo sobre otros libros no leídos.
 


  31.01.2017
 De jardines ajenos
El mundo
Al cumplirse los cuarenta años de la publicación de "Tres tristes tigres"
de Guillermo Cabrera Infante,
Raul Rivero publica hoy en las páginas culturales de El Mundo
este excelente artículo.
Los tres tigres... eran inocentes.
Una excelente ocasión para abordar la relectura de esta obra única.

31.01.2017
Noticias culturales
N O T A S    DEL    C E I N C E
Ofrecemos un enlace directo al 
Número 16 de Papeles del Ceince. 
Más información sobre las actividades del centro en
www.ceince.eu



30.01.2017
 Más historias
La risa del payaso
Pedro Navazo


Poco antes de comenzar su actuación, según estaba maquillándose frente al espejo de la roulotte, el payaso del “Gran Circo” recibió un telegrama en el que le notificaban el fallecimiento de un familiar.
  Sin prácticamente tiempo para digerir la trágica noticia, el payaso salió de su caravana y precipitó sus pasos hasta la pista central de la carpa: ¡Tenía que hacer reír al numeroso público que abarrotaba el aforo!
  Informado el Director del circo de lo ocurrido, pensando en cómo se sentiría el payaso en esos instantes y poniéndose, un momento, en su lugar, hizo correr la noticia por todo el circo, de boca en boca, para que lo supiera hasta el último espectador.
El público, avisado y conmovido por lo duro que tenía que resultar trabajar en esas circunstancias, se volcó con el artista aplaudiéndole, aún con más fuerzas, cada uno de sus números…
El payaso, mientras, vestido de seda y empolvado, con una ceja pintada muy arriba de la frente para expresar asombro altivo, calzado con finos escarpines de charol y las pantorrillas ceñidas con medias blancas, reía agradecido correspondiendo con todo su repertorio de chistes alocados, piruetas y malabares, provocando cada vez más aplausos y carcajadas…
 ¡Todo era alegría y comunión en el “Gran Circo!… Y el payaso, sabiéndolo, se alegraba y  reía contento con más, y más ganas: No todos los días se le moría a uno la suegra… 



 27.01.2017
 Más historias
El marcapáginas
Ana Balbás


Mara llamó a la puerta. Silencio. No le extrañó, se había adelantado diez minutos. Decidió esperar en el descansillo; en breve Lola, su vieja amiga,  volvería de la enfermería.
    Era sábado, día libre. El sol aun no apretaba, había cruzado el alero de la ventana y  dibujado líneas geométricas sobre el suelo gris. De fuera llegaba un siseo continuo de pasos cortos. Se acercó a la ventana. Algunos ancianos paseaban por el sendero uniforme que serpentea el jardín; otros, más lejos, charlaban en bancos de madera o en silla de ruedas. Entonces, se fijó en una anciana que se dirigía hacia la zona de sombra apoyada en su  bastón.  Por encima de su chaqueta rosa y falda a rayas arco iris, una bolsa floreada cruzaba su cuerpo delgado a modo de bandolera. Llevaba guantes blancos como sus calcetines y un sombrero de ala pequeña haciendo juego en color con unos zapatos verdes. Mara se preguntó quién sería aquella mujer, cuya indumentaria destacaba tanto frente a los tonos oscuros de los demás.
    La anciana se acomodó en el banco; parecía no importarle los minutos. Tras varios intentos fallidos, consiguió que la embocadura de su bastón, una cabeza de caballo, mordiera el canto del asiento. A continuación, extrajo de la bolsa un libro que depositó sobre su regazo; mientras  se desprendía de ella, la banda se enganchó con el ala de su sombrero; cayó por su espalda destapando una ridícula cola de cabellos largos y grises, atados con un lazo verde. En ese momento, una cuidadora acudió en su auxilio; de nuevo la anciana se colocó el sombrero.
Mara se preguntó ¿quién sería tan peculiar residente? Miró el reloj, Lola estaría a punto de llegar, ella le podría decir algo.
    Saboreó el aire fresco del mar azulado que se le ofrecía sin horizonte, después acercó su mirada al pequeño faro blanco sobre el puntal del cabo; desde la ventana parecía navegar el Mediterráneo. De nuevo se fijó en la anciana que en ese momento abría el libro por el  marcapáginas;  al sacarlo un rayo de sol, capturado por el brillo de su canto, cruzó su rostro por un segundo; después lo puso al final del libro, de manera apaisada y de la mitad hacia arriba. A Mara le sorprendió que, en vez de colocarlo por dentro, en vertical, como todo el mundo y ella también hacía, la anciana lo hubiera puesto de la misma forma que su librera de Londres, en horizontal. Ese gesto se lo había visto hacer muchas veces, cuando empujaba la puerta de la “Lighthouse bookshop” y las campanillas verdes tintineaban avisándola de su presencia. ¿Qué sería de ella? se preguntó. No sabía nada desde que terminó la escuela y se cambió con su familia a otro barrio de Londres. Ahora tendría una edad parecida a la de Lola, quizá estaría leyendo en su librería o en una Residencia de ancianos en Londres.
De niña, durante bastante tiempo una vez al mes, por encargo de su madre, Mara acudió a la librería  con la revista “Carta de España” para fotocopiar la receta de cocina que venía en su interior. Mientras la máquina calentaba, aprovechaba para acercarse al estante del fondo y con los guantes de lana, hechos por su abuela en España,  limpiaba el polvo de la fotografía impresa en la tapa de una caja grande; debajo, encerrado en el interior, estaba lo que más deseaba.
      —Señora, ¿cuánto vale hoy el rompecabezas grande? —peguntaba al pagar, a pesar de que siempre obtenía igual respuesta.  
Que niña tan pesada fui, cuánta paciencia tuvo la librera conmigo, se dijo. Mara no había olvidado el último coloquio de aquel veinticuatro de diciembre, ni la respuesta de su librera, detenida  en su memoria infantil, ni todo lo que ocurrió después:
      —¿Cuánto tienes?
      —Cincuenta y ocho libras con la vuelta de hoy.
      —Pues da la casualidad que vale eso mismo.
      —¡Qué suerte! —exclamó en español—, How lucky! —tradujo de inmediato sin saber que la  alegría es un idioma internacional que no necesita traducción.
    Sonrió al recordar que, tras volcar su bolsa sobre el mostrador de cristal, persiguió las monedas que rodaron por el suelo como si jugaran con ella al escondite. Mientras la librera las enumeraba arrastrándolas con el dedo índice hacia uno de sus lados, en el que no cabía un arañazo más, ella, apretando las mandíbulas para anular la dentera, aguardó muy segura sabiendo que no estaba confundida; las había contado antes de salir de casa. En realidad lo repetía con frecuencia, como si esperara el milagro de los panes y los  peces. La librera, ajena a la observancia policial de la niña, abrió el cajón de metal, cercó las monedas y las empujó en cascada. Aquellos minutos de pie, frente al mostrador, le parecieron demasiado largos, cómo los sábados que su padre se iba de pesca. Después observó como la librera sacaba el rompecabezas y lo metía  en una bolsa de plástico en la que había impreso un faro blanco rodeado por el mar verde-azulado.
      —¡Qué bolsa tan bonita!
      —Ten cuidado, pesa mucho, cógelo por aquí.
      —Gracias, vivo cerca.
      —Merry Christmas!
    No esperaba que su librera la sonriera pues era tan seria y distante como los soldados apostados en las garitas del Palacio de Buckingham. Ella respondió deseándole una feliz navidad, al mismo tiempo que el tintineo de las campanillas le sonaron a Navidad. Fuera, su primer pensamiento fue reconstruir en casa el monumento pieza a pieza, como siglos antes, muchos canteros le habían construido piedra a piedra. Conocía la historia, su padre se la había contado.
    A cada paso, sus rodillas tropezaban con la caja; elevar los codos no fue buena solución, le dolían los brazos. Como pudo, cargó a la espalda el Monasterio del Escorial. Así es mucho mejor, se dijo mientras caminaba pensando en  su buena suerte. De pronto, la pequeña cayó en la cuenta de lo que había pasado, no era azar, el rompecabezas costaba más, ella lo sabía muy bien. 
    La siguiente secuencia, la enfrentó con lo que menos le gustaba: la reacción de su madre quejándose de su tonta afición al ver el rompecabezas, en contraste con la librera, que ella si la comprendió.  Se recordó encerrada en su cuarto, recortando la torre de la Catedral de León, que estaba en la tapa de su viejo rompecabezas, pegando papel brillante en los bordes y corriendo a la librería, antes de que cerrara.
      —Para usted. –dijo sin mirarla, dejando el marcapáginas sobre el frío mostrador sin dar tiempo a que ella pudiera reaccionar.
    Fuera, solo oyó el tintineo verde de las campanillas. Algo más lejos, se dio la vuelta; la librera aún estaba allí, la saludó con su regalo en la mano. Mara miró a la anciana; en ese momento leía con su marcapáginas apaisado, sobresaliendo por encima de sus manos blancas. Otro  tintineo la alertó; era el “din don” del ascensor. Se giró, las puertas se abrieron, las ruedas de goma de la silla de Lola tropezaron con los salientes del ascensor, se acercó a ayudar; luego, apretó las manos de Lola y  tomó el relevo de la auxiliar.
    Ya en la habitación, como cada sábado, le leyó en alto un artículo de la revista “Carta de España”. Al final de la tarde, Lola le contó que la nueva compañera era londinense y que antes de instalarse en la residencia, había vivido varios años en una casa junto al faro comprada después de  vender su librería en Londres.
    Durante la semana a pesar de su apretada agenda, encontró un hueco para diseñar un nuevo marcapáginas: en un lado aparecía la silueta del Monasterio del Escorial, por el otro un mar verde azulado y en el centro un faro blanco.





26.01.2017
De jardines ajenos
Un interesante artículo aunque algo atrasado
para los incondicionales de Bioy Casares
 de la excelente página de crítica literaria, lecturassumergidas.com
Adolfo Bioy Casares : la ficción seductora



25.01.2017
Archivo radiofónico
Conforme lo prometido ofrecemos un nuevo registro 
del programa "Apuntes" de Radio.es Soria
de Javier Nicolás y Carlos Robredo.
Hoy publicamos la correspondiente al día 1 de Abril de 201
bajo el título  
El romanticismo 
 

24.01.2017
 Más historias
Separación
Julio Pina


Hombre, ahora que te veo, ¿te importa que me siente?
—¿Qué me va a importar?,  hace tiempo que no te veía.
—Es que ando muy liado, ¿sabes?
—Yo pensé que te habías jubilado.
—Qué va, pero si todavía me queda lo mío, yo creo que por lo menos siete años.
—¿Tanto? Pues verás cuando lo hagas como notas la diferencia.
—No sé qué te diga.
—Que sí, hombre, te lo digo yo que llevo casi un año, un jubilado no tiene vida, tiene un vidón.
—¿Tú crees?
—Seguro, y  podrás viajar con tu mujer a donde quieras.
—Entonces, no sé yo si viajaré mucho.
—Que sí, hombre, ya lo verás.
—No lo creo.
—¿Por qué  no lo crees?
—Es que estoy pensando en separarme de Piluca.
—Pero ¿qué me dices?
—Lo que oyes.
—¿No te habrás liado con alguna? Porque si es así, ni te preocupes, que eso le pasa a cualquiera. Unos días de morros y se acabó.
—No, que no es eso, la verdad es que hemos llegado a ese punto en que la llama se ha apagado, vamos que no nos queremos como antes.
—¡Ah! Bueno, yo creía que era otra cosa.
 —¿Te parece poco?
—Hombre, tú dirás qué me tiene que parecer eso de la llama.
—Pero ¿no te estoy diciendo que lo que antes nos unía se ha acabado?
—Y ¿ya está?
—Ya está.
—Así, tan fácil.
—Hombre y que ya no tengo ilusión por volver a casa por las noches.
—Pues buena se habrá puesto tu mujer, porque, perdona que te diga,  pero Piluca no es de las que se callan.
—¡Pero si está de acuerdo! Para ser sincero ha sido ella la que lo ha propuesto.
—No me digas.
—Yo también lo venia barruntando  hace tiempo, pero no encontraba el momento de decirlo.
—Pero vamos a ver una cosa, ¿habéis reñido a lo bruto?
—No.
 —Te ha dado por la bebida.
—Ni por asomo.
—¿Entonces?
—Lo que te digo, simplemente se nos acabó el amor.
—De tanto usarlo, como a la canción, ¿no?
—Algo así.
—Pues me parece a mí que te has metido en un buen lío.
—¿Y eso?
—Hombre, yo no entiendo de estas cosas, pero creo que así, sin motivo alguno, además de una tontería no es legal.
—¿Tú crees?
—Eso tengo entendido, bueno o que lleves una mala vida, vamos que seas escritor, artista o gente de mal vivir.
—Pero eso era antes, ahora cualquiera puede separarse.
—¿Seguro?
—Y tanto, lo he preguntado.
—Así va el país.
—¿No será por otras cosas?
—Bueno, también. ¿Y cuánto dices que lleváis juntos?
—Quince años.
—Pues aguanta si llevaras lo que yo, ¡casi treinta!
—Ya ves.
—Yo creo que lo que te ha pasado es que no le has cogido el tranquillo a la cosa de estar casado.
—¿Qué tranquillo?
—¿A qué estabas todo el día en casa, haciéndole caso?
—Hombre, lo normal.
—Y los partidos, ¿a que los veías en casa?
—¿Dónde sino?
—¿Cómo que donde? Pues en el bar, donde se ven los partidos.
—Pero si a mí lo que me gusta es estar casa y compartir con Piluca todas las cosas.
—Ya veo que tú de esto del matrimonio poquito, ¿no?
—Visto el resultado.
—Y ¿has pensado en el follón que vas a liar? Lo digo por la familia y  el qué dirán los vecinos.
—Hombre, yo…
—Y cuando seas viejo, ¿quién te va a cuidar?
—Sí, ya lo sé, pero es que eso de seguir viviendo juntos así, sin amor...
—Pero ¿será  mejor eso que complicarte la vida?
—Visto así.
—Anda, anda, compra un buen ramo de flores, unos bombones y para casita, verás como se arregla.
—¿Tú crees que aún llegaré a tiempo?
—Seguro, si lo sabré yo.

23.01.2017
Yorokobu
Este artículo constituye una síntesis en extracto muy acertada
del mágnífico "Mientras ecribo" de Stephen King.
Interesante, ameno y bien documentado.
 La creatividad según Stephen King



23.01.2017
De jardines ajenos
Cultura inquieta
Emocionante defensa de la lectura.
 Si no leemos no sabemos escribir...




23.01.2017
Sala de lectura 
Por qué leer a los clásicos
Italo Calvino.
Partiendo de la vieja definición de que un libro clásico es aquel que en cada lectura descubrimos un pequeño mundo de experiencias, imágenes o ideas, Italo Calvino defiende aquí que el clásico de cada uno es aquel que en especial y de forma personal no te deja indiferente y te obliga a posicionarte ante él.
Italo Calvino comenta sus propios clásicos que en definitiva coinciden, en su mayor porcentaje, con los clásicos de todos y cada uno de nosotros.
Durante la introducción, el autor plantea catorce propuestas-definiciones que configuran la idea completa de lo que representa un clásico. En los capítulos posteriores el análisis de obras y autores se remite siempre a este esquema.
De lectura directa y sencilla, este excelente trabajo acaba por convertirse precisamente en eso : Un clásico.

23.01.2017
El Pais - Babelia
Aunque con cierto retraso, lo teníamos por leer, 
traemos aquí  el enlace de este artículo sobre los encuentros transatlánticos 
previos al boomde escritores hispanoamericanos.

La literatura desmadrada




20 .01.2017
Sala de lectura 
Anatomía del crimen
Mariano Sánchez Soler

Escritor de novela negra y al mismo tiempo teórico del género, Mariano Sánchez Soler ha diseccionado la narrativa criminal, sus orígenes, el salto a la literatura española y su relación con el cine nacional e internacional. Subjetivo, apasionado y visceral, su visión compone una guía completa de este tipo de novelas y películas. Desde los orígenes, marcados por el interés por el enigma que siempre entraña la resolución de un crimen, hasta la crítica social que alumbró el nacimiento de la serie negra. Ilustrado con cubiertas y carteles de los mejores ejemplos del género, Anatomía del Crimen recomienda una amplia lista de títulos para leer y para ver.
De notable interés para escritores noveles de serie negra.
Tiene categoría de libro de referencia. 



20.01.2017
Sala de lectura 
Suspense
Patricia Highsmith

Patricia Highsmith, reconocida mundialmente como excelente escritora y como maestra del suspense, lleva a cabo en este libro una completa disección del proceso creador y de la técnica narrativa, que interesará tanto a quienes son aficionados al género como a aquellos otros que se preocupan por la novela y el relato como formas literarias más amplias, pues, como cree la autora de este ensayo, la intriga forma parte esencial de cualquier relato.
    Aunque la autora asegura modestamente en el prefacio que el libro no pretende ser un manual de instrucciones, puede utilizarse perfectamente como libro de trabajo pues aporta ideas  interesantísimas sonre el germen de las ideas, la utilización de experiencias el desarrollo de las tramas y los argumentos y las revisiones de borradores de relatos de acción y suspense.




 

19.01.2017
De jardines ajenos
El Mundo
Este diccionario de Paco Camarasa
será de utilidad a todos los amantes de la literatura negra
pero especialmente a los escritores noveles de este género.
Diccionario del género negro



19.01.2017
 Más historias
La plañidera
Belinda Pazos


Ubaldina tenía la facultad de llorar a voluntad, aunque fuera en un bautizo. Esto, que puede parecer una habilidad ridícula, para una plañidera profesional como ella, era una bendición del cielo.
   Mientras las otras plañideras de la aldea las tres hermanas Orejudo aullaban de falso dolor y se frotaban los ojos hasta enrojecerlos, Ubaldina con la cara  compungida soltaba un río de lágrimas redondas y brillantes que partían el alma a los presentes.
    Cuando murió el viejo prestamista que había quitado las tierras de labor al difunto marido de Ubalkdina por una deuda insignificante, se montó el velatorio en con el muerto en una caja de pino sin desbastar, en el portal de su casa.
    Las hermanas Orejudo gimieron hasta desgañitarse y casi sacarse los ojos de tanto frotárselos. Ubaldina soltó un torrente de lágrimas como nunca, mientras apretaba los labios.
    Las Orejudo cobraron por anticipado a los resobrinos del prestamista que acudieron desde la capital y abandonaron el velorio a media noche. Ubaldina, sin embargo, declinó el dinero. Dijo a los resobrinos que era su último servicio.  Veló el cadáver del usurero toda la noche y acompañó al féretro hasta la misma fosa.
    A partir de aquel entierro, dejó de ejercer como plañidera. Durante años, había ensayando con los muertos de la aldea, para tener una buena excusa con la que ver al viejo carcamal en su féretro más tiempo que nadie.  Pero sobre todo, dominando como dominaba el arte de la lágrima, para llorar de alegría sin que nadie se percatase.




18.01.2017
 Más historias
Letras desordenadas
Pedro Navazo


Ya en la guardería, pese a su apariencia de chaval despierto y de inteligencia clara, fue donde Fran empezó a dar señales de que no era como los demás niños: atención dispersa; sentimiento de inseguridad; problemas de discriminación de imágenes y percepción de las formas, tamaños y colores; desorientación espacio-temporal; desconocimiento de la de la imagen corporal; dificultad de pronunciación de palabras complejas…

            Pero fue después, al llegar a la escuela, cuando entendió su vida, y la que seguiría  teniendo: él era el niño con chapas en la bata, para saber dónde estaba izquierda y derecha; el que agarraba mal el lápiz; el de los castigos sin recreos, por no memorizar la tabla de multiplicar; el de la lectura lenta, trabajosa y cargada de errores; el que al escribir cometía omisiones, separaciones e inversiones de letras; el que no caía bien a casi ningún profesor, soportando sus incomprensiones y, a veces, sus tiranías… Ese que se perdía siempre que iba a un lugar nuevo, imposibilitado por no tener memoria espacial. El torpe que no recodaba lo recién escuchado. El que no corría y tampoco saltaba… Y el que no seguía los dictados y cometía  innumerables faltas de ortografía porque su estilo de pensamiento era multidimensional, eso, que era disléxico.
 

 
18.01.2017
Sala de lectura 
El escritor
Yasmina Khadra



Al publicarse este libro en Francia, se descubrió la verdadera identidad de quien escribía bajo el nombre de una mujer.  Era un hombre y militar que había elegido este camino, por consejo de su esposa, para escribir en libertad.
Bajo la forma de una autobiografía, narra el autor la obsesión de su padre en hacerle militar mientras sus deseos eran vivir en una granja y escribir, deseos difíciles de compaginar con la vida militar. Sobre todo si tenemos en cuenta que su historia es un alegato contra  las corruptelas y arrogancia de los militares y las locuras integristas.
Este libro es por demás, una excelente defensa de la lectura, cuya práctica le hizo escritor y un elogio a la literatura.  Muy recomendable.

17.01.2017
Audiocuentos

Tatuaje
Voz de Javier Nicolás 
Un relato de Belinda Pazos
del libro "La consejera matrimonial y otras historias..."


17.01.2017
 Más historias
Diálogos de media tarde
Julio Pina Fernández



¡Froi!
— ¿Qué?
— ¿Tú me quieres?
— ¿Qué?
—Si es que así no hay manera, nunca me escuchas.
—Pero ¿qué dices?
—Nada.
—Pues algo será cuando tanto insistes.
—Te preguntaba  que si tú me quieres.
—Mujer, tienes unas cosas… pues claro.
—¿Claro qué?
—Que claro que sí.
—Mira, Froi, cariño, vamos a poner las cosas claras y deja el periódico que así no hay quien se entienda.
—Vale, lo dejo, que hay que ver lo pesadita que te estás poniendo.
—Bueno, vale, pero contesta a una cosa.
—Dime.
 —¿Tú me quieres?
—Mujer, qué preguntas.
—Sí o no, dime la verdad.
—Pues claro que te quiero.
—Pero mucho, mucho.
—Mucho, mucho.
—Pero como de mucho.
—¿Pero no te estoy diciendo que mi amor es muy grande?
—Vale, pero ¿cómo de grande?
—Pues ¿cómo va a ser?, grande.
 —¿Cómo un camión?
—Mujer, depende del tamaño, pero sí, como un camión.
—Así que según tú, me quieres como un camión.
—Ya te lo he dicho.
—¿Y a ti eso te parece bonito?
—¿El qué?
—Quererme como un camión. 
—Pero mujer, es un decir, y además has sido tú la que ha dicho lo del camión.
—¿Yo? Esta sí que es buena.
—Pero Rosaura mi amor, me vas a volver loco, ya solo te he dicho que te quiero mucho.
—No, tú has dicho que me quieres como un camión y eso a mí no me parece romántico.
—¿No?
—No, no me lo parece, ¡vaya ocurrencia!, quererme como un camión.
 —Y si te digo que el camión va cargado con montones de ramos de flores, ¿qué?
—¿Rosas?
—Rojas.
—Pues haber empezado por ahí tonto, ves qué fácil ha sido.
—¿El qué?
—Decir que me quieres.
—¿Pero alguna vez lo has dudado?
—¿Yo? Nunca.
—Entonces ¿a qué tanta pregunta?
—¿Pregunta? ¿Qué pregunta?
—¿Cómo que  qué pregunta? Esa que me has hecho.
—¿Yo?
—Pero Rosaura, mi amor, ¿de qué estamos hablando?
—Tú sabrás, que yo estaba tan tranquila viendo la tele y has empezado a marearme con no se qué de un camión.



16.01.2017
Yorokobu
El viaje ha sido siempre una experiencia vital
y una fuente de inspiración constante para escritores.
Este interesante artículo trata el tema con amenidad
Escribir en viajes.


16.01.2017
Archivo radiofónico
Conforme lo prometido ofrecemos un nuevo registro 
del programa "Apuntes" de Radio.es Soria
de Javier Nicolás y Carlos Robredo.
Hoy publicamos la correspondiente al día 18 de Marzo de 201
bajo el título 
La música

  


 16.01.2017
Sala de lectura 
 Siete días
Julio Pina Frnández


Si alguien tiene la duda de que pueda escribirse una excelente historia en lenguaje llano y ameno, lejos de artificios literarios, está pidiendo a gritos encontrar un libro como éste.
    Si alguien aún piensa que no se puede manejar con éxito dos o más historias, entreveradas en un solo texto, sin que pierdan su propia naturaleza y mantengan estilos propios, ya ha encontrado un ejemplo de lo contario.
    Si alguien alberga aún alguna duda de cómo una historia sencilla, cotidiana puede secuestrar al lector mediante la magia de un narrador único, pulsando distintos registros, aquí está su libro.
    La lectura de este libro de Julio Pina es una tarea fácil y cómoda que se hace entrañable cuando narra escenas evocadoras de tiempos pasados. 



15.01.2017
 Más historias

Cuidadme el gato
Ramiro Pestaña

     “Cuidadme el gato” dejó escrito mi vecino Orestes en una nota apresurada, cuando desapareció de su casa minutos antes de que llegase la policía. La dejó prendida en el collar de Groucho un michino recogido del arroyo que cuando los agentes llamaron decepcionados a mi puerta,  se coló resuelto y confiado hasta el  salón.
     “Cuidadme el gato” fue una súplica imposible de ignorar, porque Orestes, metido siempre hasta las cejas en asuntos turbios, era un vecino servicial que lo mismo te cortaba el césped que te dejaba el coche, en dos manguerazos, como el Rolls-Royce de la reina de Inglaterra en día de fiesta.
    “Cuidadme el gato” era lo único que ahora pedía el prófugo, fuera cual fuera su quítame allá estas pajas con los polis y yo me debía a la amistad y no a naderías legales. Fuera estafa en toda regla o modesto trapicheo, no era cosa mía.
    Fue un largo fin de semana sentado en la tarima fría mientras Groucho dormitaba hecho un ovillo en  mi rincón preferido del sofá del salón.
    El lunes intenté salir hacia el trabajo pero Groucho se plantó amenazador en el umbral de la puerta de la calle, arqueó el lomo y soltó un bufido ominoso y feroz.
    El martes llamo mi jefe. Balbucí una excusa, que por la ráfaga de preguntas que me dedicó, estuvo claro que no acabó de colar. Quise salir al super y el gato cancerbero me disuadió mostrándome unos dientes afilados como pequeños sables.
    El miércoles me abandonó Elvira. Había hecho un esfuerzo mirando para otro lado cuando Groucho usurpó mi espacio preferido en el sofá del salón, pero no pudo superar el trago cuando hizo lo propio con mi sitio en la cama del dormitorio. Por la tarde, pasó despacio frente a la casa un coche patrulla de la policía.
    El jueves  volvió a llamar mi jefe y le confirmé que el resfriado seguía su evolución imparable. Groucho desde si esquina del sofá sonrió satisfecho. Me pregunto por qué puede satisfacer tanto a un gato escuchar como mienten los humanos. Y por qué duermen con un ojo abierto como los cocodrilos. Hice inventario en la nevera y sopesé que habría comida para el fin de semana.  Y eso a condición de comer poco. En el super me repitieron que no reparten a domicilio.
    El viernes pasó despacio ante la puerta un coche policía camuflado. Groucho soltó un silbido amenazador  que hubiera hecho temblar a una serpiente de cascabel. Me tomé la temperatura y descubrí, tan sugestionado estaba, que la mentira  se había convertido en resfriado de verdad. Pocas décimas pero fiebre.
    El sábado podría ser un día ideal.  No solo porque mi jefe no podría llamar sino porque era el día adecuado para que apareciese Orestes. Era el día ritual para segarme la hierba del jardín que ya amenazaba saltar la valla vecina. Hasta el último momento lo esperé envuelto en una manta junto al su estúpido gato. O no tan estúpido, porque nada más abrir el frigorífico, elegía  los mejores bocados. Al ponerse el sol tuve mareos, calambres en el estómago y dos décimas más.
    El domingo, tuve ya la certeza de que Orestes no volvería jamás. Mitad por pura intuición, mitad porque con los ojos cerrados por la fiebre,  escuché a Groucho decir entre dientes:
      —¡Jodidos polis! No me cogerán jamás.


 15.01.2017
Yorokobu
Tu libertad de expresión como escritor
se la debes a 
James Joyce
http://www.yorokobu.es/james-joyce/



 14.01.2017
 Más historias
En el parque
Silvino Orofino


Esta ciudad se despierta cada día con un sobresalto. La batalla de la inseguridad ciudadana  es ya  imposible de ganar. Ni más policía,  ni más redadas en las calles oscuras de los barrios marginales, ni siquiera esa manía de cerrar al público los parques a las diez en punto de la noche. Nada va a resolver la situación. Nada va a salvar a emigrantes, vagabundos o mendigos, ni siquiera a las ancianas que vuelven tardías a casa o a los  noctámbulos confiados, de las cuadrillas de jóvenes delincuentes  Los bancos se han ido protegiendo cada vez más hasta transformarse en fortalezas inexpugnables y los viejos atracadores han acabado convertidos en salteadores callejeros de mendigos.

    Mañana no será una excepción y amanecerá con atracos nocturnos, peleas callejeras y algún que otro delito fatal de sangre. En los periódicos, en la sección de sucesos, junto a las necrológicas, en la columna de los verdaderamente  sangrientos, darán cuenta de que en el Parque Botánico han aparecido, al abrir,  dos jóvenes gamberros muertos de sendas cuchilladas. Yo conozco mejor que nadie la historia y el periodista se perderá como siempre en conjeturas para rellenar espacio y justificar un sueldo infame.

     Eran más de las diez, noche cerrada ya a estas alturas del otoño, cuando el portero cerró el parque con mucha fanfarria de hierros y cerrojos y se fue a casa. Yo estaba escondido ya en el parque, buscando un lugar resguardado donde dormir, en un buen lecho de hojas de platanero bajo el dosel de hoja perenne de los tejos, cuando escuché el ruido de pies que se arrastraban entre la broza del suelo. No paseaban distraídos, lo hacían con cautela, pero sin cuidarse demasiado en disimular. Luego, dos pies, los más torpes, se separaron y a través del camino de gravilla, volvieron a acercarse. 

     Adiviné pronto que no eran mendigos que  buscaran  disputarme un lecho al abrigo de los tejos. Mientras pasaba por delante de los arces japoneses oí a uno tropezar varias veces con el  bordillo de cemento de los parterres.  El otro, seguía haciendo crujir la gravilla del paseo cada vez más cerca.  El calzado debía de ser duro y su propietario fuerte y pesado.

     Sin una gota de luna, si se mide por gotas la escasa luz que envía a la tierra, me protegí sigiloso tras los troncos de los tejos. Los intrusos estaban a pocos metros moviéndose torpes en la oscuridad.     Un mendigo diurno en estas circunstancias es una una víctima perfecta, aunque barrunte  el peligro y trate de defenderse y patalee como una fiera. Sin embargo, para mí, fue un juego infantil.          Fueron dos golpes rápidos a media altura y los cuerpos se derrumbaron hasta el suelo sin un mal quejido. Debían ser jovenzuelos. o por lo menos, bastante inexpertos. Nunca tuvieron los pobres, la mínima probabilidad de salvarse.

     Los mendigos ciegos somos los pocos que tenemos cierta garantía por las noches, de sobrevivir en esta jungla.



14.01.2017
De jardines ajenos
A quien esté cerrado en el tópico de que detrás de todos los hombres grandes
hay una mujer,
le conviene leeer este interesante artículo de "El Cultural"
Las genias y sus musos


 13.01.2017
Yorokobu
Para defender de forma eficaz su existencia
conviene  conocer su origen.
Así nació la letra ñ



13.01.2017
Nuestros libros 
Dragomiro
Alfonso Bengoechea

Aventuras de una singular mascota nacida de
 un huevo olvidado en una tienda de animales.
Edición especial para los pequeños alumnos de dibujo de
 "Imperdible estudio creativo".

 


12.01.2017
Sala de lectura 
La insólita pasión del vendedor de lencería
Asako Hiruta


Divertida novela entre el romanticismo y la ironía en que, con un argumento simplón, entra a saco en los convencionalismos de hombres y mujeres con un lenguaje quizás demasiado doméstico.  Quizás sea el adecuado a lo elemental del guión.
A pesar de su aparente intrascendencia contiene sutilezas substanciosas y sobre todo cuenta con el tamaño ideal para depararnos un día o un fin de semana entretenidos.



12.01.2017
Yorokobu
¿Encierran los sueños y el desequilibrio mental
potenciales creativos?
Este interesante artículo puede aclaranos algo este controvertido tema.
Los escritores que oían voces en su cabeza


12.01.2017
Más historias
El cuadro
Alfonso Bengoechea

A mi amigo y maestro Julio Pina

El tío Jacobo dijo siempre y sostuvo hasta su desaparición, que ninguno de los sobrinos éramos de fiar.  Es más, a nuestros pocos años éramos ya, según él, pequeños crápulas disolutos, gastadores compulsivos y modelos de todos los vicios sociales que estaban perdiendo a la humanidad.  Estas, eran afirmaciones un tanto radicales pues si bien mis primos eran algo alocados, yo recién salido del seminario, era tímido, respetuoso y correcto hasta límites que movían a risa.
    Habitaba nuestro tío un caserón de la calle Cantarranas donde, solo los domingos,  acudíamos a saludarle muy disciplinados para recibir por nuestro modesto besamanos unas monedas de  cobre que transformábamos de inmediato en vino y tabaco en la taberna de “El chino”. Todos los domingos, desfilábamos por el interminable pasillo que llevaba al gran salón, donde mi tío vivía, prácticamente de continuo, repasando sus libros de cuentas una y otra vez,  a la caza  de  latrocinios de sus aparceros, sisas de la criada o errores del administrador de sus fincas.
    Tenía mi tío decorado el pasillo con cuadros de   todos los ancestros de la familia desde tiempo inmemorial. Todos, alineados por escrupuloso orden de antigüedad según revelaban sus atuendos. Todos hombres serios, ceñudos, de cejas pobladas y ojos acerados, colocados en penumbra con el deliberado propósito de amedrentar a los sobrinos. Nosotros, entrábamos silenciosos y reverentes en el salón, escuchábamos sin rechistar la larga disertación del tío Jacobo sobre los vicios modernos, el despilfarro y los estragos del alcohol y el tabaco, tomábamos nuestra perra gorda y salíamos de la estancia como quien acaba de robar un banco.  Supongo, que al atravesar el pasillo, todo el árbol genealógico de la familia se conmovía en sus respectivas tumbas a la vista de nuestra premura de libertinos y depravados en busca del vicio.
    Por el contrario, el hombre del retrato que presidía el salón era un hombre jovial. Tenía una mirada entre inquisitiva y sorprendida y era a todas las luces una extraña rama del árbol genealógico del tío Jacobo.
    Las mañanas de los domingos, mientras esperaba mi perra gorda, me sentía reconfortado del acoso sufrido en el pasillo, por aquella mirada amistosa que parecía transmitirme tranquilidad y confianza.   
    Un buen domingo, el tío Jacobo nos anunció que el lunes de mañana saldría de viaje a inspeccionar las tierras del sur de la provincia que súbitamente parecían haberse vuelto yermas por las pocas rentas que los aparceros enviaban. Nos dio extrañamente licencia para entrar en la casa. Solo insistió en la prohibición de hurgar en sus cajones y sobre todo, de entrar en la habitación contigua al salón. Una prohibición ociosa porque el tío Jacobo se llevó la única llave de aquella puerta que por lo demás, jamás habíamos franqueado.
    Cuando tomamos posesión, aunque fuera por una sola semana del caserón del tío Jacobo, toda la sobrinada nos aprestamos a celebrarlo.  Subimos, unas cuantas botellas de caldos añejos de la bodega, hicimos acopio de tabaco y preparamos una timba  en condiciones, en la misma mesa en que tío Jacobo repasaba sus libros de contabilidad día tras día.  A fin de cuentas, solo habría  que ventilar bien el salón antes del martes siguiente en que el tío Jacobo estaría de vuelta.
    Pronto, el salón se llenó de una niebla espesa cargada de nicotina y vahos alcohólicos y nuestras voces, envites, protestas  y gritos inundaban aquel espacio  habitualmente silencioso.  Todos mis primos disfrutaban despreocupadamente de aquella inesperada libertad pero yo empecé a sentir una extraña desazón.
     El ancestro del tío Jacobo estaba allí encerrado en su marco de madera labrada contemplando mudo la escena pero su mirada parecía menos amistosa que de costumbre. De hecho, parecía observarme  de una forma tan seria, directa e insistente  que empecé a sentirme molesto. No era la mirada jovial que yo había conocido domingo tras domingo. Tenía algo de contrariado, algo como una mueca de enojo imposible de ignorar.
    Tanto acabó por molestarme que acabé por pedir a mi primo Sigfrido un cambio de asiento en torno a la timba a lo que accedió a regañadientes. Sentado de espaldas al retrato, me creí a salvo de la mirada irritante del ancestro del tío Jacobo hasta que, pasados unos minutos, percibí sus ojos clavados en mi nuca. Era un cosquilleo  casi imperceptible que crecía por momentos. Con cautela, con todo el disimulo que pude volví la cabeza y mirando por encima de mi hombro derecho, descubrí la mirada del retrato clavada en mi espalda con un aire profundamente enojado. Volví la mirada a la mesa, donde los naipes habían empezado a serme esquivos.
A punto de ser definitivamente desplumado, con precaución, volvía mirar al retrato por encima de mi hombro izquierdo. El hombre del retrato me clavó los ojos como se clava un descabello y tembloroso abandoné la partida entre el jolgorio de mis primos.
     Retirado de la timba me refugié en un extremo del salón y hasta allí llegaron los ojos insistentes y amenazadores del antepasado taladrándome hasta lo más íntimo. Era imposible, por más que me moviera en la estancia, escapar a su mirada severa y enojada. Una persecución  a la que solo pude poner fin excusándome y huyendo hasta mi casa.
    El  lunes abrimos todas las ventanas del salón para ventilar la estancia y recogimos todos los detalles  como habíamos visto que, en las películas, se limpiaba un escenario donde había sucedido algo execrable.  El antepasado del cuadro seguía persiguiéndome ceñudo con su mirada mientras mis primos, indiferfentes dejaban el salón en condiciones para recibir el martes a tío Jacobo.
    Pero el tío Jacobo, no llegó el martes. Ni aquel, ni el siguiente, ni ninguno de los martes siguientes durante meses. La tierra parecía haberse tragado a nuestro desconfiado tío.  La justicia tomó cartas en el asunto y el juez dispuso que durante el plazo de diez años, nuestro tío permanecería en calidad de desaparecido.  Cuando el plazo expiró, todos los sobrinos con diez años más, acudimos como únicos herederos, para hacer inventario de los bienes muebles del caserón de la calle Cantarranas.
    Se abrieron arcas y cajones y se tomó nota de todos los documentos y objetos de valor y hasta se  repartieron meticulosamente las botellas de viejos vinos de la bodega. Se  descolgaron los cuadros del pasillo a los que todos los herederos renunciamos inmediatamente, y se entregaron a un ropavejero que esperaba paciente los despojos de la herencia.  Solo yo mostré cierto interés por el cuadro del salón cuya mirada me había atemorizado tanto,  años atrás. Tenía ahora una mirada vacía e inexpresiva como si la edad le hubiera castigado con el paso de los años. Como si el tiempo se hubiera ocupado ya de saldar viejos reproches.
    Cuando todos mis primos salieron del caserón cargados con su parte de la herencia acerqué una vieja silla a la pared y descolgué con cuidado el cuadro.  Tras él, a la altura de los ojos, dos agujeros oscuros parecían atravesar la pared. 
    Con ayuda del cerrajero del pueblo pude abrir la puerta de cuarto oscuro colindante, la puerta cuya llave no habíamos logrado encontrar. La oscuridad solo estaba turbada por  dos rayos de luz procedentes de los agujeros que, a la altura de los ojos,  comunicaban con el salón.  Y en el suelo, al encender un candil, descubrí derrumbado, demacrado, puro pellejo recubriendo apenas sus huesos afilados, el cadáver del tío Jacobo.




11.01.2017
Sala de lectura 
 El arte de la ficción
David Lodge


Este libro reúne un ciclo de artículos de crítica literaria en los que David Lodge analiza, partiendo siempre de uno o dos fragmentos de novelas clásicas o modernas de la literatura inglesa sobre todo, los principales aspectos del arte de la ficción: el punto de vista, el narrador omnisciente, la novela epistolar, el tiempo, el realismo mágico, el simbolismo, la ironía, etc. 
Escritores tan diversos como Henry James o Martin Amis, Jane Austen o Fay Weldon, Henry Fielding o James Joyce dan pie a un completo esclarecimiento de los resortes de la obra narrativa y a la explicación de términos técnicos como el punto de vista, el monólogo interior, la intertextualidad.

Es este un libro ameno que además de constituir un libro de referencia para los estudiosos de la literatura, invita a leer las obras de las que entresaca los fragmentos estudiados.

No solo es recomendable. 

Es esencial.

 






10.01.2017
Nuestros libros
Con la prisa por retomar este blog, hemos olvidado noticias sustanciosas :
El día  27 de Diciembre, 
sospechosamente víspera de los Santos Inocentes
presentamos en el Circulo Amistad Numancia de Soria
dos nuevos título de nuestra colección :
 La consejera matrimonial 
y otras historias de mujeres contadas por ellas mismas . 
 y
 
Buenos propósitos
y otros cuentos de Navidad poco navideños.
 La presentación corrió a cargo de César Millán y Carlos Robredo,
 escritores muy curtidos en estas lides,
 y por los autores habló, poco y en voz baja,
Alfonso Bengoechea.
En cuanto dispongamos de los formatos epub facilitaremos los enlaces 
para que puedan descargarse, como siempre,  "gratis et amore".

 



09.01.2017

 Más historias

El tabaco mata
Julio Pina

Así que… ¿por fin te has decidido?
—Qué remedio, ya estaba la cosa muy mal.
—¿Fuiste al asesor?
—Fui, y él también opina que lo mejor es que lo deje para siempre.
—Tú ya sabes que yo siempre fui contrario.
—Si ya lo sé, tú siempre estuviste en contra, que buenas palizas me has dado con ello.
 —Si es que eso del tabaco, estaba bien hace unos años cuando éramos jóvenes, ¿pero ahora?
—No creas,  todavía hay mucha gente que fuma.
—Sí, pero cada vez menos. Te digo yo que en poco no habrá estancos.
—Eso sí es verdad, que unos porque se han pasado al porro y otros porque los ha retirado la salud, cada vez se compra menos.
—Y eso está bien, porque estarás conmigo en que fumar no es bueno y es lógico que la gente lo deje.
—Visto así tampoco es bueno levantarse a las seis para ir al curro y hay mucha gente que lo hace.
—No es lo mismo, eso no mata y el tabaco sí.
—Sí, esa es otra.
—Otra ¡qué?
—Eso de que mata.
—No te quepa la menor duda de que el tabaco es una amenaza real, dicen que cada año se lleva por delante a casi seis millones de personas.
—Pero también matan los coches y no por ello les pintan en el capot un tío despachurrado en la calzada.
—Hombre, no es lo mismo.
—¿Cómo que no?
—Como que no, con el coche sin quieres correr, lo haces y si no quieres, pues vas despacio.
—Qué gracioso, y con el tabaco si quieres fumas poco o no te tragas el humo.
—Pero el fumar es un vicio y los vicios, ya se sabe.
—¿Qué se sabe?
—Pues eso, que sabes cómo empiezan pero no como acaban.
—Mira, desengáñate, no será tan malo cuando lo venden; si lo fuera, no lo venderían.
—No seas cabezón, el tabaco  por una u otra cosa ya no es negocio, está acabado, se murió, finito.
—Entonces, ¿tú crees que hago bien en dejarlo?
—Seguro.
—Pues me alegra oírlo decir, que yo aún tenía mis dudas.
—No tienes porqué. Has hecho lo correcto.
—Ya veremos cómo lo llevo ahora.
—Solo es cambiar de hábitos. A ver, para empezar, dime qué has pensado hacer ahora.
—Le estado dando muchas vueltas y creo que ya lo tengo.
—Cualquier cosa será mejor.
—Eso espero.
—Bueno, dime, que me tienes en ascuas, ¿Qué vas a hacer?
—Pues mira, yo creo que lo primero es acabar con el papeleo y vender las existencias.
—¿Y lo segundo?
—Cerrar el estanco y abrir un bar.
—¿Un bar, pero te has vuelto loco?
—¿Loco, por qué?
—Pero ¿tú no sabes lo malo que es el alcohol?
—Hombre...
—Acaso no has oído que el alcohol es la principal causa de mortalidad después de tabaco.
—Pero en los bares también se venden refrescos.
—Nada, cuatro jovenzuelos.
 —Y los cafés, no te olvides de los cafés.
—¿Los cafés? Cada vez menos, ataca al sistema nervioso y aumenta el colesterol.
—También se venden tónicas.
—Nada, tontunas, estoy seguro que en unos años no queda ni un bar abierto.
—Pero ¿estás seguro?
—Y tanto, no ves que la gente cada vez bebe menos alcohol. 
—Oye, no empieces. 



08.01.2017


Nuestros e.books
Pueden ustedes descargarse ya, "gratis et amore" 
los siguiente libros en formato epub.


Verdadera historia de la máquina del tiempo de Tiberio Galán
Alfonso Bengoechea

La última escapada del capitán Mendizábal
Alfonso Bengoechea

En breve dispondremos de nuevos títulos en este formato.
De nada



07.01.2017
Archivo radiofónico
Iniciamos con el año, la publicación de la serie de emisiones culturales 
que desde es.radio Soria, semana tras semana,
pusieron en antena 
Javier Nicolás y Carlos Robredo.
Hoy publicamos la correspondiente al día 18 de Marzo de 201
bajo el título 
Primavera y poesía.
  
 
 

06.01.2017
Más  historias
El paje  
Alfonso Bengoechea


Aunque  me vean solo un chiquillo, yo conozco al Paje Principal del Rey Melchor.  No al rey mismo, es cierto, solo a su paje digamos de confianza.  Pero es una amistad interesante que me abrirá pronto puertas de más nivel.
      Todo comenzó hace tres años cuando yo tenía seis.  Mi padre, un hombre muy tradicional, me mandó a la cama temprano la Noche de Reyes, prohibiéndome severamente salir de mi habitación. Trató de colarme el viejo cuento de que si los Reyes de Oriente me veían  rondando por casa, volverían a su lejano reino con mis juguetes, sin compadecerse lo más mínimo.   Pero con seis años, yo era ya un puntito desconfiado.  Aquella noche  abandoné  silencioso  mi cuarto. Me senté en la escalera que daba abajo y esperé paciente.
    Llevaba dos horas moviendo los dedos de los pies para engañar al frío, cuando una de las ventanas del jardín crujió y se abrió con un chasquido. Un hombre con una linterna, una media en la cabeza y gafas oscuras a pesar de la noche, introdujo, primero una pierna, luego el cuerpo y finalmente la segunda pierna.
      —¡Hola! —dije en voz baja para no despertar a mi familia.
    El hombre se estremeció. La linterna cayó de sus manos y de no ser por la alfombra, hubiera despertado al vecindario.
      —Pero niño… ¿qué haces ahí? —dijo temblando.
    Un hombre adulto que se asusta de un niño en pijama, no es de temer. Estuve tentado de decirle a pesar de mis seis años, que el que hacía allí las preguntas era yo, como decían en mis series televisivas de detectives preferidas.
      —¿Por qué lleva esa media en la cara? ¿Puede respirar? ¿Y las gafas oscuras de noche? ¿Siempre entra por las ventanas?  ¿Y ese saco?
      El hombre resopló y temí haberme excedido. Estrujaba el saco, hecho un manojo de nervios.
      —¿Es usted por casualidad el rey Melchor? —intenté mostrarme amistoso.
    Era una pregunta tonta porque no vestía como un Rey.  Parecía disfrazado de  trapos recogidos de cubos de la basura.
        —No… —dudó–. Digamos que soy… el Paje Principal del rey Melchor.
        —¿No reparten los regalos los propios reyes? —pregunté intrigado.
        —Sí. Por supuesto. —confirmó presuroso—. Yo solo ayudo.
        —¿Ayuda? ¿Cómo?
         —Andamos justos de existencias. Lo de siempre, mucha demanda, demasiadas cartas… Yo, me dedico a recoger cosas a última hora para las peticiones más extrañas.
      Podría parecer raro, pero saltaba a la vista que era la tarea adecuada para un Paje Principal de incógnito.
      —¿Andan flojos de algo en concreto? —pregunté.
      —Pues… —dudó.
    El Paje Principal paseó la vista por el salón en penumbra. Debía estar acostumbrado a trabajar de noche porque adivinaba lo que escondían los rincones más oscuros.
        —Por ejemplo… necesitamos portaretratos de plata.
       —¡Hecho!—exclamé yo bajando los últimos escalones—.  Allí tiene dos. Son suyos.
      Las dos fotografías de mi padre con el Presidente del Senado y el Vicario General Castrense,  en sus  portarretratos desaparecieron en el fondo del saco.
        —Necesitaría también una lámpara Tiffanys para una señora entrada en años  muy nostálgica, de la Avenida de los Tilos.  —susurró, el Paje Principal.
        —¿Le vale esta? —pregunté encendiendo la de la mesita donde mi madre leía su correspondencia.
        —¡Como anillo al dedo! —exclamó él.
      Se había creado una buena corriente entre ambos. Parecíamos conocernos de toda la vida. De seis años, pero de toda la vida, mírese como se mire.
       — Y, ¿no secesitaria alguna  estilográfica? —pregunté abriendo el cajoncito de la colección de mi padre.
      El Paje se trasnfiguró, mientras las examinaba y elegía las mejores.
        —Casualmente  tenemos tres o cuatro cartas que las piden. Nunca pensé que podría entregarlas esta noche.
        —¿Y pipas de fumador?
        —Bueno, hay un viejecito dos manzanas más abajo a quien el Parkinson no le permite liar bien ya la picadura de petaca…
        —Aquí tiene una de brezo y una de espuma de mar, aun calentitas. —ofrecí, mostrando las preferidas de mi padre.
     Estaba roto el hielo. El Paje hizo un nudo en el saco tras echar al fondo las últimas bagatelas.
        —Pareces un chico despierto.
      Me senti halagado.
        —Soy el primero de mi clase, —dije con un esfuerzo de modestia—, voy dos cursos adelantado y tengo el coeficiente intelectual de Stephen Hawking a mi edad.  
        No era mi intención apabullarle, pero el paje abrió dos ojos como dos platos soperos.
        —Podría  ayudarles a repartir esta noche…—sugerí.
     El Paje tragó saliva.
        —Eres muy pequeño —objetó—, pero si me guardas el secreto, podrás pasar a ayudante de paje en unos años.  Este es un trabajo muy reglamentado.  Quizás  cuando cumplas los diez.
      Al amanecer, yo encontré los juguetes pedidos en la puerta de mi dormitorio y mis padres silenciosos y ceñudos, paseaban por el salón, decepcionados  como nunca de sus propios regalos, corbatas de seda y zapatillas que curiosamente, habían recibido siempre sin rechistar. Diría más, parecían atacados de retortijones de estómago, palideciendo y enrojeciendo sucesivamente.
      Año tras año, el Paje Principal ha venido todas las Navidades, el cinco de Enero. Para  mejorar, no solo nuestras relaciones sino también  su rendimiento en el trabajo, yo ayudo recogiendo cosas y cachivaches de la casa desde un mes antes. Al llegar esa noche, dejo la puerta abierta y un zumo de pomelo, algo insuperable para mejorar la visión nocturna. Y cada año, veo a mi padre más crispado. Si supiera nuestro secreto,  querría cooperar, pero yo perdería la oportunidad de mi vida. A veces creo  que sospecha mi amistad y siente celos. Pero yo soy ya un adulto frío y no puedo con sensiblerías. Es un secreto y no puedo defraudar al Paje Principal del Rey Melchor.
      La Navidad que viene  cuando cumpla diez, el Paje me dejará ayudar en el reparto de juguetes  durante toda la noche. Entonces será imposible guardar el secreto, y como diez años es casi una mayoría de edad  para un niño tan despejado y aventajado como yo,  le contaré a mi padre toda la verdad.   
Se va a morir de envidia.

 





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